La odisea de viajar con ‘bajo coste’

Volver a casa por Navidad nunca fue tan barato ni tan complicado. Para los que vivimos a miles de kilómetros lejos de ‘casa’, viajar supone un coste extra con el que debemos contar. Otros añaden a la ‘lista de la compra’ mensual conceptos como la gasolina o el teléfono móvil. Nosotros tenemos que contar siempre con el avión. Por supuesto, como todo en esta vida, se trata de una decisión personal tomada conscientemente con lo que cargamos (no muy gustosamente) con ella.

Mi vuelo Bruselas – Madrid estaba previsto a las 19.06 de la tarde de ayer. No diré el nombre de la compañía pero supondréis que tal y como está el coste de la vida no viajaba en jet privado. Como estas compañías, a las que vamos a llamar de ‘bajo coste’, tienen sus propios aeropuertos alejados de la ciudad principal, que después te venden como si llegarás al mismo corazón del país en cuestión, tienes que salir con bastante anticipación. La odisea por lo tanto comenzó a las 15.30 de la tarde, mientras esperaba el autobús para ir al aeropuerto. En 15 minutos, la cola era tan inmensa que estaba segura que tendría que luchar para conseguir una plaza en el dichoso autobús. Y así fue, porque el conductor apareció del lado opuesto al que habíamos realizado la cola con lo que esta, no servía para nada. Después de unos cuantos codazos e insultos en varios idiomas estaba por fin dentro. Pero para hacerme amarga esta pequeña victoria, el conductor que tenía una mala leche inmensa porque todos queríamos subir y llevaba media hora de retraso me dijo: “No sé para que tanto jaleo, si no está saliendo ningún avión. ¡No ves que hay niebla!” En ese instante, enmudecí. ¿Y ahora qué? ¿Hago una hora de camino hasta un pueblo perdido en la niebla y el avión no sale? Ya que había vencido y tenía mi plaza bien agarrada decidí continuar la aventura.

Al llegar al aeropuerto, había tanta gente que no se podía caminar. Cola para facturar, cola para el control de seguridad (siempre había listillos que se querían colar) y una sala llena de gente por doquier. A esperar y esperar, hasta que una hora después de la hora que mi vuelo debía haber salido, se anula el de Roma. Con el susto en el cuerpo, seguimos esperando y esperando. Por sacarle una nota positiva, hicimos un grupillo majo de gente y empezamos hablar de nuestra vida. ¿Acaso teníamos algo mejor que hacer? Media hora después, aparece una tropa de autobuses. Nos montan y nos llevan a otro pueblo belga que está a una hora de viaje. Cuando llegamos vuelven las colas. Cola para facturar (otra vez), cola para el control de seguridad (otra vez) y así hasta que conseguimos montar en el avión cuando eran ya las 22.45 de la noche. Sin cenar, sin beber nada (¡máldita normativa europea sobre los líquidos!) montamos por fin en el avión. Muerta de hambre, estaba dispuesta a comprar un sándwich a la azafata pero como el avión estaba al completo, al pasar a mi lado solo quedaban unas magdalenas pegajosas. 2.30 de la mañana, salgo de Madrid.

Como no es la primera vez que me ocurre algo así y ayer escuché historias aún más dramáticas sobre las compañías de ‘bajo coste’, yo me pregunto si vale la pena. De momento, ya me estoy temiendo la vuelta con la misma compañía. Solo me conformo con despegar, dónde y cuándo sea.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Pero bueno, quizá merezca la pena saber que los que esperamos en casa lo hacemos con los brazos abiertos.

Bienvenida.

cgga y radiopatio.
Anónimo ha dicho que…
Aunque con casi un año de retraso, ha merecido la pena leerlo, Yo tan solo repetiré lo que dicen en mi pueblo: "Al final, lo barato es caro" ¿Qqué te parece?
Macarena Rodriguez ha dicho que…
ummm depende. yo las vi canutas. pensé que pasaba la Navidad en Bélgica!! pero sigo viajando con bajo coste porque es lo que me puedo permitir. Hasta que pase algo, claro està...